La actividad extractiva de arcillas para alfarería y otros usos viene realizándose en la zona de Buño desde la prehistoria. Pero es a partir del siglo XVIII cuando toma especial importancia esta actividad y se construye el conjunto de edificaciones e instalaciones que hoy conforman el Ecomuseo Forno do Forte, conjunto de gran valor etnográfico que mantiene su vinculación con la alfarería tradicional de la zona.

Historia

La tradición popular e indicios arqueológicos llevan a pensar en un aprovechamiento de las arcillas durante el Neolítico y época romana. Se cree que se explotó en el medievo y quizá en el siglo XVI, quedando la producción alfarera documentada por primera vez en una cédula real de 1688 que recoge el compromiso de fabricación de caños de barro vidriado para las canalizaciones de A Coruña.
La época de gran desarrollo de la alfarería de Buño y su entorno corresponde a los siglos XVIII y XIX. Según Madoz (1846), en aquellos tiempos el 90% de la población trabajaba en oficios relacionados con la alfarería. Durante estos siglos, se llegaron a enviar piezas por mar a Asturias, norte de Portugal, Francia e Inglaterra.
En 1928 se funda la que hoy es Cerámicas El Progreso S.A., dedicada a la fabricación de tejas y ladrillos. En los años 30 hubo 120 alfareros, existiendo frecuentemente entre ellos fuertes y cercanas relaciones familiares y laborales (Durán Gómez y colaboradores, 2008). Con la crisis económica y agrícola de los años 40, y la industrialización de los 60, disminuyó la demanda, bajando a 30 el número de alfareros. Hoy, sólo algunas familias continúan la tradición artesanal. 
El origen del conjunto de edificaciones que constituyen el actual Ecomuseo de Forno do Forte está en una casa labriega dividida en partes y alquilada a alfareros y jornaleros. Los edificios fueron construyéndose a lo largo de los siglos XVIII y XIX hasta formar, alrededor de un horno, un conjunto de viviendas, talleres, cobertizo, cuadras y hórreo. El horno dejó de funcionar de forma productiva en los años 70. En 1999 se iniciaron los trabajos de restauración del complejo.

Yacimiento

Bajo un suelo de tres metros de espesor, se localizan arcillas de diferentes clases, calidades y colores, con tramos que presentan diferentes grados de plasticidad y contenido variable de arenas. La variación de los colores que muestra las arcillas es grande, incluyendo tonalidades marrones, ocres, grises, verdes, rojas o blancas. Aparecen en bolsadas rellenando cubetas de entre tres y 18 m de espesor sobre un substrato de esquistos micáceos oscuros, muy replegados, con fuerte alteración en la zona de contacto.
Según información local (Ferrero 2013), las explotaciones más antiguas que se recuerdan se situaban en las laderas del Monte de Lamoso y en el paraje A Camposa. La extensión total conocida del yacimiento supera el kilómetro de longitud. Las antiguas zonas de extracción del barro (barreiras) están actualmente desdibujadas en gran medida por la extracción posterior que lleva a cabo Cerámicas El Progreso, S.A.

Laboreo

Para la extracción tradicional, se excavaba un pozo hasta localizar la veta arcillosa de calidad. Ésta se seguía con pequeñas galerías o excavaciones (capelas), se sacaba a lomo hasta el pozo, y de él se elevaba con la ayuda de una roldana. El transporte se realizaba mediante carretilla hasta el alpendre o cobertizo.
Como queda descrito en Durán Gómez y colaboradores (2008), en la parte baja de la vivienda estaban las dependencias y herramientas de trabajo. El taller se situaba en la cocina por ser la pieza más caliente, y por ello adecuada para el secado.
El material llegaba en forma de grandes y duros terrones que eran machacados con un pisón. Se pasaba luego por un tamiz fino a una artesa pequeña y de aquí a una artesa grande con patas, donde se amasaba con agua y se pasaba luego a la zona del torno con el que se preparaban las distintas piezas en crudo. En el torno podían adornarse las piezas con elementos sencillos y se pasaban a un nivel más alto (fumeiro) situado sobre la cocina para su secado antes de ser cocidas. No había chimenea para evitar pérdidas de calor y del humo de la cocina.
Cuando las piezas estaban secas, podían decorarse. En Buño se empleaba mucho el "listado" consistente en aplicar, mediante un pincel, una pintura de distinto color que el de la pieza (blanco sobre rojo o al revés). 
Las piezas se llevaban cerca del horno donde algunos hombres las iban sumergiendo en un líquido espeso compuesto tradicionalmente por barro, sílice y/o galena para darles un acabado vidriado, obteniéndose distintos colores si se añadían otras sustancias al líquido de vidriado.
Por fin, se pasaba a la cochura durante 4 a 6 horas. El horno de Buño reproduce fielmente el esquema de un horno romano subterráneo de estructura circular permanente con parrilla (superficie plana y horizontal que separa la cámara de combustión de la chimenea o anillo) abovedada. Se llegan a alcanzar en estos hornos temperaturas de 900ºC e incluso de hasta 1.000ºC. La carga se realizaba formando círculos concéntricos.
Los artesanos alfareros se abastecen actualmente de arcilla facilitada por la empresa cerámica, almacenándose el material por capas en una zona de acopios para homogeneizar la mezcla.
La producción de Cerámicas El Progreso está centrada en la fabricación de ladrillos. La arcilla, tras pasar por un desbastador y un molino, es llevada al pudridero, donde se homogeneiza la mezcla y obtiene el grado de humedad requerido. Los ladrillos se fabrican por extrusión. Una vez conformados los ladrillos, y tras secado, pasan a cocción en un horno utilizando un proceso de tres fases: dos de cocción (a 700ºC y a 800º-1000ºC) y otra de enfriamiento.