Un «trabajo de titanes» reza el panel instalado por el Ayuntamiento de Quiroga. Y es que los romanos no dudaron en excavar un amplio túnel de 110 metros de longitud, el más grande y antiguo de la Península Ibérica, para desviar el río Sil, desecar un meandro y explotar sus aluviones auríferos.
Historia
La época de construcción del túnel principal se atribuye al mandato del emperador Trajano (98 a 117 d. C.) aunque Domergue (1987; 1990) solo precisa que corresponde a la época romana imperial (II-III d. C.) El cauce del Sil siguió siendo hasta tiempos recientes objeto de bateo para beneficiar el oro que arrastraba sus aguas. Schulz (1833; 1835) y Vázquez Varela y Rodríguez Martínez (1994) muestran que en el s. XIX y XX seguían existiendo mujeres («aureanas») que beneficiaban el oro del Sil. La Estadística Minera de España indicaba en 1913 que se habían dejado de solicitar derechos mineros sobre los aluviales del Sil, cuyo cauce venía siendo estudiado hacía años, sin resultados importantes. Esta opinión fue corroborada por Tornos y colaboradores (1993), para quienes la mayor parte de los trabajos se realizaron en época romana, si bien desde finales del XIX se llevaron a cabo muchas labores de exploración y alguna de explotación en el cauce de dicho río, con escasos resultados
Yacimiento
Las labores romanas explotaban dos yacimientos distintos. El primero se encuentra bajo el pueblo de Montefurado e inmediatamente al sur del mismo: los conglomerados de edad Mioceno, con cantos mayoritariamente cuarcíticos, que afloran a ambos lados del Sil. Su matriz de arena, limo y arcilla les confiere un color rojo. El espesor del depósito en el área de Montefurado no supera los 20-30 metros.
El segundo tipo de yacimiento es el depósito aluvial (placer) del Cuaternario, constituido por arenas, gravas y limos del cauce, llanura de inundación y terrazas del Sil, para cuya explotación se desvió el río mediante el túnel de Montefurado. Estos depósitos tienen espesores pequeños e irregulares pero durante su formación se enriquecieron a través de episodios de grandes lluvias con aportes de oro provenientes de áreas fuente situadas aguas arriba
Laboreo
Domergue (1990) indica que este lugar era una explotación romana de oro en placeres fluviales, es decir, en depósitos formados en el río. Tras descartar interpretaciones anteriores, en 1987 llegó a la conclusión, ya apuntada por Nespereira Iglesias (1978), de que el túnel, que cruza el monte por la parte más estrecha del meandro del Sil, tenía como objetivo desviar el curso del río para explotar en mejores condiciones el placer aluvial del meandro. Para ello, unos 750 metros aguas arriba del túnel, había un dique para tomar agua y llevarla a la zona del meandro, donde el aluvión aurífero era amontonado y lavado en canaletas de madera con dispositivos de concentración. El concentrado así obtenido se refinaba mediante la técnica de la batea, en la que se empleaba un recipiente plano que se sumergía en el río para separar las arenas y gravas del mineral.
En cuanto a la explotación romana del depósito conglomerático en el pueblo de Montefurado, se realizó por el método denominado «ruina montium», lo cual queda patente en la morfología resultante, con restos de terreno aislado en forma pinacular, de más de 10 metros de altura, que en la zona se denominan «medas», término que dio origen a la denominación de «médulas» (Fig. 1). Este método consistía en excavar una red de galerías, verticales y horizontales que, una vez obturadas, eran objeto de súbita inundación mediante agua traída de depósitos superiores. La presión derrumbaba el terreno y el detritus resultante se lavaba, concentraba y refinaba por procedimientos similares a los señalados para los aluviones del meandro. El oro obtenido se enviaba en su mayor parte a Roma por la cercana Vía Nova o XVIII de Antonino
Antes y después de la época romana y hasta bien entrado el s. XX, el beneficio de las pepitas y pajuelas de oro en este lugar se hacía mediante bateo. El trabajo lo desempeñaban las conocidas como «aureanas del Sil», que extraían el material del borde del río mediante una pequeña azada («batidera»), que echaban en un cuenco o batea de castaño («prato») en forma de cono, que se sumergía en el agua con movimientos circulares, lo que facilitaba la eliminación del material fino y poco pesado, quedando en el fondo del cono el material pesado y con él el oro. Este material, recogido y acumulado en una lata, se aleaba con mercurio, calentando el fluido con brasas, tanto por encima como por debajo, para evaporar el mercurio y liberar el oro. Según indican Vázquez Varela y Rodríguez Martínez (1994), la construcción de embalses llevó a la disminución de los aportes de oro y con ello al abandono del oficio de «aureana», calificado en otras zonas también como lavadoras o bateadoras.